Por Jorge Raventos
En el poblado universo de los comentaristas de la actualidad argentina parece últimamente prevalecer una interpretación: la grieta política se ha ensanchado, el poder gira alrededor de dos extremos (encarnados por Cristina Kirchner y Mauricio Macri) y el centro del espectro naufraga entre la debilidad, la impotencia y la tensión que ejercen los bordes confrontativos.
Que la grieta está presente y sus polos recíprocamente encendidos es innegable. Pero ni su presencia ni su intensidad son novedosas: se trata de rasgos que han marcado a fuego los últimos años.
Más bien por el contrario, lo que empieza a entreverse en la realidad política es un paulatino movimiento -cauteloso pero constante- hacia el centro, el diálogo y la moderación.
Un vértice de esa tendencia es la sostenida coincidencia en la lucha contra el coronavirus de autoridades nacionales, provinciales y comunales del oficialismo y de la principal oposición, ejemplificada por la reiterada fotografía compartida por el Presidente, el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta y el gobernador bonaerense Axel Kicillof. Que siguen juntos en esta pelea, pese a los constantes vaticinios de ruptura.
La atracción del centro
En las últimas semanas hubo más gestos en el mismo sentido. Observemos algunos:
– Altos dirigentes de Juntos por el Cambio (María Eugenia Vidal, Jorge Macri, Cristian Ritondo, Rogelio Frigerio, Nicolás Massot, Néstor Grindetti y hasta Miguel Pichetto) tomaron distancia del precipitado documento suscripto por su propia coalición (inspirado por Patricia Bullrich y, aparentemente, Mauricio Macri) en el que se caracterizaba el brutal asesinato de un ex secretario de Cristina Kirchner como un crimen político y se insinuaban responsabilidades oficialistas.
Sergio Massa impulsa en la Cámara de Diputados una ley destinada a castigar enérgicamente atentados contra la producción rural como la destrucción de silobolsas o los incendios deliberados (una clara señal que busca desactivar las prevenciones del campo)
– Un documento firmado por todos los excancilleres vivos de la democracia (que los fallecidos Dante Caputo y Guido Di Tella seguramente también habrían suscripto) se pronunció a favor de mantener la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo en manos de un latinoamericano, ante la decisión de Donald Trump de postular para el cargo a un halcón de su gobierno. “Sostener el consenso histórico sobre la presidencia del BID significa la reafirmación de la amistad de los países de América y la rica tradición hemisférica y multilateral, en la que los Estados Unidos aportó, en el caso de BID, un ejemplo de igualdad y equidad institucional, por décadas” sostuvo el texto, remarcando que “la cooperación hemisférica es un activo a preservar en estos tiempos críticos y alentamos a todos los países del hemisferio a mantener el legado de la relación multilateral en el continente”.
Se trató de una expresión de unidad y moderación que, al tiempo que tiende puentes hacia Estados Unidos, sostiene un acervo propio latinoamericano.
Tan significativo como el texto es el hecho de que el documento marca un punto de alejamiento de la grieta; fue elaborado por iniciativa del peronista Jorge Taiana y el radical Adalberto Rodríguez Giavarini y sumaron sus firmas Susana Ruiz Cerutti, Domingo Cavallo, Carlos Ruckauf, Rafael Bielsa,, Susana Malcorra y Jorge Faurie, es decir, ex cancilleres de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner y Mauricio Macri..
– El representante argentino ante los organismos internacionales en Ginebra, Federico Villegas, manifestó durante una reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU la postura del gobierno de Alberto Fernández sobre la situación en Venezuela. Haciéndose eco del informe de Michelle Bachelet y “ante la grave crisis política, económica y humanitaria que padece Venezuela, el representante argentino instó a “una negociación política inclusiva basada en los derechos humanos y en la restitución de los derechos políticos” en ese país. Sostuvo además que la Argentina coincide “en que solo el orden constitucional, la democracia y el estado de derecho harán posible garantizar el pleno respeto y el ejercicio de todos los derechos humanos en Venezuela”.
Con un hecho el gobierno descolocó a los halcones confrontativos que suelen acusarlo de ser “aliado de Maduro”. Y lo hizo sin que su gobierno renunciara a los principios que viene sosteniendo. Como leyó Villegas, “la búsqueda de una salida pacífica, política y negociada liderada por los propios venezolanos, a través de elecciones inclusivas, transparentes y creíbles” y la convicción de que “no son el aislamiento, las sanciones, ni la estigmatización el camino apropiado para salir de esta crisis”.
– Del borde izquierdo de la grieta hubo quejas contra Fernández. Un vocero informal de ese sector, el comentarista Víctor Hugo Morales, se declaró disgustado y desilusionado por la posición sobre Venezuela sostenida por el gobierno. Dos días antes, Fernández había sido cuestionado por otra vocera informal de ese costado: la señora de Bonafini. La dirigente de Madres de Plaza de Mayo se irritó porque el gobierno había convocado a líderes empresariales el 9 de julio ( “ Usted sentó en su mesa a todos los que explotan a nuestros trabajadores y trabajadoras, y a los que saquearon el país. Lo más grave de todo: a los que secuestraron a muchos de nuestros hijos e hijas que luchaban por una Patria liberada”, imputó en una carta) y también porque el Presidente había recibido a los dirigentes parlamentarios de Juntos por el Cambio (“Es como acostarse con cocodrilos”, dijo).
“Bonafini le marca la cancha al Presidente”, imaginaron algunos medios que no quieren a una ni al otro. La señora de Bonafini no es una dirigente política y carece de poder para marcar ninguna cancha. El motivo por el que su figura, incluso deteriorada por actitudes imprudentes o declaraciones desubicadas, mantiene vigencia, es porque evoca la acción desplegada junto a muchas otras madres en las graves condiciones de la tiranía del Proceso. El Presidente le respondió privilegiando esa condición.
– Si a la señora de Bonafini le molestaron aquellos invitados de Fernández, a muchos del otro lado de la grieta los contrarió que el Presidente no la censurara con acritud. Pero en su cordialidad, Fernández no eludió una definición política centrada en la moderación: “En la mesa de este presidente (…)se sientan todos y todas, porque esa es mi responsabilidad”. Es un mensaje que va más allá de la señora de Bonafini.
Otras exclusiones
– Las reuniones del Presidente con los bloques legislativos de la oposición -una gestión del presidente de la Cámara Baja, Sergio Massa, con la colaboración del jefe del bloque oficialista, Máximo Kirchner- constituyeron una positiva señal de diálogo político, aunque tuvieron un trámite controvertido. Los legisladores de Juntos por el Cambio amagaron un rechazo y reclamaron concurrir separados del resto de los bloques, un requisito que no cayó simpático entre los discriminados, pero que el gobierno admitió. También quisieron incluir en la visita a representantes del Senado, razón por la cual, para mantener cierta simetría en la reunión, también el oficialismo sumó senadores propios.
La oposición no pudo mantener la unidad en la concurrencia: el subbloque que responde a Elisa Carrió no quiso ser de la partida (“La CC-ARI siempre estará dispuesta al diálogo, si éste es sincero y sin mentiras”, adujeron sus líderes). Con todo, de una y otra parte se habló con franqueza, se cruzaron algunas recriminaciones pero hubo un primer compromiso de tratar en breve la moratoria impositiva que programa el gobierno, el presupuesto y de mantener un diálogo legislativo ordenado. Ese diálogo ya discurre muy aceitadamente fuera de bambalinas. En la Cámara de Diputados se van tendiendo plataformas de un cuerpo central del sistema político.
Mesa sin un cubierto
– Quizás el testimonio más elocuente de que no son los extremos los que tienen la batuta en la actualidad fue la convocatoria a formar una mesa de diálogo nacional que brotó del Club Político Argentino, un núcleo intelectual que evolucionó a la vera de Juntos por el Cambio, contó con un fuerte empujón de sectores empresariales y de prensa y consiguió algunas firmas peronistas (Eduardo Duhalde, Eduardo Menem) que le permitieron lucir una dosis de pluralismo político. Que la lista de firmantes incluyera a verdaderos puntales del sector duro de la oposición (no sólo Patricia Bullrich), prueba que la lógica de la situación empuja a pelear por ocupar el centro más que a luchar desde las alas.
La estrategia detrás de este documento parece orientada a invitar (o a presionar) a Fernández a apoyarse en la oposición (política, mediática, empresarial) y a romper con el kirchnerismo. Se propone un diálogo y se reclaman acuerdos, lo cual es un movimiento hacia el centro. Pero la conversación ofrecida tiene excluidos. Subproductos de esta actitud se escuchan declaraciones que le reclaman al Presidente que “use la lapicera” (¿o el lápiz rojo?).
El gobierno no rechaza el diálogo, pero no está dispuesto a aceptar las condiciones que le demandan los extremos o el dialoguismo excluyentes.
Dirigir una orquesta
A esos sectores, a quienes lo acusan de dialoguista tanto como a quienes le reclaman que “use la lapicera” y a quienes puedan discutirle “la batuta” pareció responderles el Presidente el último viernes, en la conferencia donde anunció la flexibilización de la cuarentena, cuando apuntó: “Ayer escuché a Lula decir que un director de orquesta tiene que hablar con todos sus músicos” e insistió en que “el diálogo hay que tenerlo con todos”. Dos puntos: quien no puede hablar con todos los músicos no da la talla. Tener una batuta en la mano no alcanza. Mensaje a varias puntas.
Para encarar una convocatoria amplia (más abarcadora y abierta que la mesa que hoy le piden) Fernández espera, seguramente, que crezca más un centro moderado sobre el que pueda apoyarse y que se diluyan o aíslen los condicionamientos que ahora se prefiguran. Entretanto, el diálogo posible ya está desarrollándose, particularmente en su espacio institucional adecuado: el Congreso. La propia declaración surgida del Club Político Argentino lo enuncia: “es el Congreso de la Nación el ámbito adecuado para pactar consensos”. Y hasta hay una coincidencia con la fuerza de Elisa Carrió, para la cual “El Congreso de la Nación es el ámbito democrático, plural y central donde se debe dialogar, plantear y debatir las iniciativas para emprender la reconstrucción que el país necesita”.Lógicamente, ese ámbito está regido por las reglas de las mayorías y las minorías que fija el sistema democrático.
Recordando a Frondizi
Alberto Fernández se esfuerza por el equilibrio. Quizás para entender el paciente tejido del Presidente haya que recordar la lucha de otro gran equilibrista, Arturo Frondizi, y los esfuerzos que tuvo que desplegar durante su presidencia en busca de conseguir integración en un país que estaba violentamente trabajado por la grieta peronismo-antiperonismo, así como por la que internacionalmente determinaban la guerra fría y la presencia en el continente de una Cuba dependiente de la Unión Soviética.
El jefe de lo que sería el desarrollismo llegó a la Casa Rosada con la ayuda de votos prestados (los del peronismo), es decir con compromisos establecidos con el orientador de esos votos, Juan Perón. De otro lado tenía una oposición política (aastilla del mismo palo radical) que lo deslegitimaba por haber conseguido ese apoyo y una oposición militar antiperonista, que lo amenazaba con la forma extrema de la ingobernabilidad, el golpe de estado y que lo instaba a mantener (o incrementar) la proscripción del peronismo. En el contexto de la guerra fría, sus intentos de mantener una política internacional moderada e independiente eran jaqueados por quienes lo acusaban de ser procomunista mientras la izquierda lo denunciaba por negociar con capitales extranjeros y los grupos ultras le armaban guerrillas.
En esas condiciones Frondizi trabajó para crear una base de sustentación (formada por una mezcla de situaciones electorales, coaliciones de hecho, creación de nuevas fuerzas económicas, negociaciones constantes con los llamados factores de poder y grupos de interés) para poder desarrollar su programa: una Argentina industrializada, con autoabastecimiento energético, vinculada al mundo, política y físicamente integrada. Tenía un programa.
La tensión de la época impidió que se constituyera un centro desde el cual contener con eficacia a los extremos intolerantes. El equilibrio que construyó trabajosamente Frondizi se rompió cuatro años después de iniciada su presidencia. Esa experiencia terminó con su caída.